Enfermos del móvil Inprimatu
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Osteguna, 2010(e)ko apirila(r)en 01-(e)an 17:41etan
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Iván es un chico normal de 19 años, hijo de unos padres normales de clase media y que, como millones de jóvenes españoles, tiene teléfono móvil. Por las mañanas va a la facultad de la Universidad de Cádiz. Por las tardes, asiste a un centro de rehabilitación de Proyecto Hombre para desengancharse de su adicción al móvil.


Tras pasar el verano de 2003 aprendiendo inglés en el Reino Unido, vino el primer disgusto. En 25 días, se había gastado más de 600 euros en llamadas y mensajes. Iván, que tenía un teléfono de prepago, se ganó una buena bronca y perdió el móvil. Sin embargo, a los pocos días pidió una segunda oportunidad a sus padres. Ellos, creyendo lo que el hijo les decía de que todo se debió a que desconocía el precio de las llamadas internacionales, se la dieron. Lo metieron en el contrato familiar y le devolvieron el terminal. En una semana ya se había gastado 50 euros. De nuevo las discusiones y de nuevo sin móvil. Meses más tarde, Iván volvió a convencer a sus padres de que esta vez sí se controlaría. Y le creyeron. Sin embargo, a los cinco días, consultaron la factura en Internet y vieron que llevaba 100 llamadas hechas. Le quitaron el teléfono, ya definitivamente. “Nos alarmamos, pero no sólo por el dinero. Le veíamos a las 2, a las 3 y a las 4 de la mañana con el móvil en la oreja. No dormía”, dice María, su madre. Pero Iván se compró un teléfono a escondidas. Y a escondidas crecieron los problemas. Le cambió el carácter, hacía pequeños hurtos en casa, le debía dinero a todo el mundo... Todo por recargar la tarjeta.“Perdió la alegría. Decidimos hacer algo y le hablamos de Proyecto Hombre”, añade la madre.

“Mi primera reacción fue decir ‘no”, reconoce Iván. Les dijo que eso era para los drogadictos y que él no estaba enganchado. Sin embargo, su crédito se había agotado. Sus padres le dieron dos opciones: o iba a Proyecto o se iba de casa. Ya lleva casi tres meses yendo a terapia. “Antes, no hablaba con mis padres. Si tenía un problema, me encerraba en mi cuarto y llamaba”, confiesa el chaval. Hoy, Iván sí reconoce tener un problema. “Nos está costando muchas lágrimas, pero empieza a merecer la pena”, cuenta su madre.

Mientras esté fuera del centro de Proyecto Hombre, el chico nunca puede estar sólo. Siempre ha de ir acompañado por uno de sus padres o por su mejor amigo. Es el seguimiento en el argot de los terapeutas. No puede tocar un teléfono, ni siquiera el fijo. Si todo va bien, en ocho meses podrá volver a responder una llamada por sí mismo. María, que ha dejado el trabajo para ayudar a su hijo, se ha implicado tanto que se ha propuesto hacer ver a los padres que el móvil es peligroso. “El que se engancha al móvil puede engancharse a cosas peores”, advierte.

“El teléfono no es el problema. Es una solución inadecuada que los chicos se buscan a un problema previo”, aclara Luis Bononato, terapeuta de Iván y uno de los primeros en enfrentarse al problema de la adicción a las nuevas tecnologías. En 2002, trató a una chica obsesionada con los SMS. “Como Iván, se gastaba unos 600 euros al mes en mensajes. Se llevaba el móvil a todas partes. Hasta tuvo que dejar un curso de peluquería porque no tenía tiempo. Se fue aislando, dejando de lado a su familia y amigos”. Hoy, Luis lleva ya varios casos y asesora a compañeros de otros centros.

Para él, hay elementos comunes entre la adicción a los móviles y las drogas. “El adolescente se evade de los problemas con drogas o con las nuevas tecnologías. Frente al mundo de los adultos, crea un mundo de fantasía donde es quien le gustaría ser. Los SMS, por ejemplo, son un medio de ligar sin dar la cara. Pero impiden el crecimiento como persona al no afrontar los riesgos de una relación real”. La tolerancia es otra similitud. “Con las drogas, cada vez necesitan una dosis mayor para conseguir el mismo efecto. En los móviles, esto se ve en el aumento de la factura, el mayor tiempo que pasan junto al teléfono o tener dos o tres terminales”.

Y, como con las drogas, “seguirá habiendo casos hasta que los padres no se encarguen de la educación. El control no se puede hacer a través del móvil sino con la cercanía, la confianza y la comunicación con sus hijos”.

¿Es usted adicto?
En el caso de los teléfonos móviles no hay una prueba bien definida para comprobar si es o no adicto, como la hay para Internet, el juego o las drogas. Pero, con la ayuda de Luis Bononato, de Proyecto Hombre, y un poco de sentido común, aquí tiene una serie de pistas.

1. La factura es el primer aviso. Por muy saneada que esté la economía familiar, los 600 euros de Iván son a todas luces excesivos. Aunque la cifra dependerá de cada familia y del uso que haga del teléfono, superar el gasto mensual de 30 euros es preocupante.

2. Si el teléfono es un medio para comunicarse con sus amigos, ¿para qué lo sigue usando cuando los tiene al lado? Cada vez es más frecuente ver a un grupo de chavales cada uno con el móvil en la mano y sin hablar entre sí.

3. Otro síntoma es que nunca se separan del teléfono. Lo llevan al baño, durante la comida, ante el televisor, en las reuniones familiares...

4. ¿Habla por los codos cuando se trata de una conversación telefónica y, sin embargo, se vuelve parco en palabras cara a cara?

5. Se pasa de una sensación de malestar a otra de bienestar en función de tener o no tener el teléfono móvil cerca. En muchos casos, se ponen nerviosos si no aparece. Nerviosismo que cesa al encontrar el terminal.

6. Modificación de hábitos del sueño. ¿Sorprende a su hijo llamando a altas horas de la madrugada desde la cama? ¿Percibe que duermen poco y mal?

7. Otro efecto del abuso del móvil es su estado de lejanía, la disminución de la cantidad y calidad de la comunicación con hermanos y padres. Aunque este fenómeno es típico de la adolescencia y es difícil de medir.

8. No hay un número de horas a partir del cual se puede afirmar que se está ante un uso patológico del teléfono, pero los expertos dan una pista. ¿Qué cosas esta dejando de hacer por estar llamando? Ver la televisión, jugar, estudiar o el abandono de otras obligaciones. Es conveniente comparar con lo que hacen los chicos de su edad.

9. Hay que contrastar lo que se observa en casa con el colegio. Ver si allí hace lo mismo, si se le sorprende a menudo enviando SMS durante clase o si lo primero que hace, al salir al recreo, es encender el aparato.

10. Si se identifica con estas actitudes o las observa en sus familiares, consulte con su médico o con Proyecto Hombre. www.proyectohombre.es

Los móviles robados van al Este
Desde que en junio de 2003 el Gobierno lanzara un sistema para bloquear los teléfonos móviles robados, se ha utilizado en 203.000 terminales. El problema es saber si este dato es bueno o no.

El plan, que supuso la creación de una base de datos común a las tres operadoras, tenía como objetivo reducir la cantidad de móviles que se roban en España. Se pensaba y se piensa que, al bloquear el teléfono dejándolo inutilizable, éste deja de tener valor para el caco. Pero no es así. En 2003 se robaron algo menos de 200.000 terminales. Aunque aún no hay datos de los sustraídos el año pasado, sí los hay de los bloqueados. Son 143.000, hasta noviembre. Podría parecer que el robo ha bajado en 50.000 unidades, pero sólo lo parece. En primer lugar porque no se denuncian todos los robos, y en segundo lugar porque no se bloquean todos los móviles hurtados. El sistema para hacerlo es complicado y no todos lo conocen. Una muestra es que, de cara a la Navidad, el Ministerio de Industria lanzó una campaña con 300.000 trípticos explicando cómo bloquear los teléfonos. “El sistema está funcionando, el usuario ya sabe cómo bloquear su móvil”, dicen desde el ministerio. Por su parte, las operadoras, mantienen que el bloqueo mediante el IMEI, algo así como el número de chasis, es seguro y “su funcionamiento es secreto”. Entonces, ¿por qué se robaron un mínimo de 143.000 teléfonos? ¿Quién los roba? ¿Adónde van?

“Por que, aunque esos teléfonos no funcionen en España, sí valen en otros países”, aclara un técnico de una tienda de telefonía. “Las mafias roban terminales de gama alta y los llevan al Este”, añade. Pero no todos los ladrones tienen rasgos eslavos y no todos los móviles desaparecidos son de los caros. Cuesta arrancárselo, pero tanto este técnico como el responsable de otro local que suministra material telefónico, reconocen saber cómo desbloquear un teléfono supuestamente inservible.

“No lo puede hacer cualquiera, pero el que entiende, entiende”, afirma uno. El otro lo compara con los sistemas para piratear las tarjetas de la televisión digital. Ninguno reconoce que en su tienda desbloqueen un móvil. Entre otras cosas porque, desde la entrada en vigor del nuevo código penal en octubre pasado, estas prácticas han pasado de ser una falta a un delito. Para evitar el primer tipo de robos, las operadoras quieren crear una base de datos de móviles robados de carácter mundial. Para los del segundo grupo, marque *#6# para saber su número IMEI y, por si acaso, no pierda de vista su teléfono.

Las otras ciberadicciones
El teléfono móvil no es la única tecnología de la que se puede abusar hasta convertirse en un problema. Internet y sus contenidos, así como los videojuegos, también tienen sus riesgos.

“Internet per se no es adictivo, aunque sí lo pueden ser algunos de sus contenidos”, dice Lourdes Ventura, psiquiatra y una de las impulsoras del proyecto Adictos a Internet (www.adictosainternet.com). Tambien quiere aclarar que, como en el caso de las drogas, “el problema está dentro de la persona, no fuera”.

Al hacer un perfil del adicto a Internet, diferencia entre jóvenes y adultos. En los primeros, entre los 14 y los 25 años, la adicción se puede considerar como leve. “Aunque es donde hay que incidir más”, advierte. Y hay que hacerlo para no llegar a los usos patológicos que ha visto en los adultos.

Los problemas de los mayores de 35 años son el sexo virtual, la pornografía, los chat o los juegos. “Internet permite la satisfacción inmediata del deseo”, añade Ventura. Un tipo específico de adictos son los que descargan continuamente todo tipo de programas. En cuanto a partir de qué horas se considera que hay un problema, los expertos hablan de 30 semanales. Pero la psiquiatra prefiere medir el grado de adicción en función de las renuncias que se hacen por no dejar de navegar: la atención a la familia, al trabajo o a los amigos.

En cuanto a los videojuegos, no hay estudios concluyentes que afirmen su peligrosidad. Pero Luis Bononato recuerda que “mientras Internet y el móvil no están diseñados para reforzar conductas compulsivas, los videojuegos sí”. Por eso, se recomienda a los adultos supervisar los juegos de los jóvenes, en especial los más problemáticos.

Fuente: www.elmundo.es
Autor/-a: MIGUEL ÁNGEL CRIADO 24 de Enero de 2005